COSTUMBRES DE HORMIGA

Cierta vez, una hormiga, que se jactaba de serlo, se detuvo a descansar de su carga, sentándose en un grano de arena del camino. Miró al cielo, donde divisó el vuelo de un águila. Le habían hablado de aquel ave y de sus malas argucias para conseguir alimento. Se creyó afortunada siendo hormiga, al ganarse el pan con el sudor de su frente, sin recurrir a la violencia. Buena obrera, gozaba de óptima consideración en el hormiguero y contribuía a aprovisionarse para el invierno. En cambio el águila, pese a volar tan alto, vivía sola y había de sufrir las inclemencias de la estación fría. La hormiga, entonces, decidió que hablaría con el águila. Una ocasión en que el águila cazaba un topillo, la hormiga interpeló al ave, que, tras engullir al roedor, miró al sitio desde donde alguien le llamaba. El águila, ahíta y sin nada mejor que hacer, fue hasta donde se encontraba la hormiga. Entonces, la hormiga le empezó a referir al ave todas las cosas que se perdía por ser un águila. Le habló de su comunidad y del calor que las unas se daban a las otras, de la dignidad de su trabajo y de las demás ventajas de su raza. El águila, que nunca había conocido otra vida que la suya, se sintió cautivada por el relato del insecto, pero replicó que había nacido águila y así tenía que quedar para siempre. La hormiga, henchida de generosidad, arguyó que eso del aspecto era lo de menos, que lo importante era la manera en que se sintiera, y le reveló el secreto para comportarse como una hormiga de provecho. El águila dejó de batir sus alas, agachó el lomo y ejecutó los mismos movimientos que el insecto, incluso fue capaz de transportar durante un trecho un trocito de fruta. La hormiga, dichosa al comprender todo cuanto había dado al águila, decidió conducirla al hormiguero, para presentársela a las demás. Estaban a punto de llegar allí, cuando la hormiga señaló a la neófita el agujero por donde debía acceder al laberinto de pasillos y recovecos. Se disponía el águila a seguir a su guía, cuando otras hormigas concurrentes advirtieron que si el águila entraba en el hormiguero, lo destrozaría. Le dijeron a su hermana que disuadiese al águila de sus propósitos. Si quería hacerse hormiga, que se quedase afuera. El águila lloró un poco cuando se le participó esta imposibilidad, pero se acostumbró a vivir cerca del hormiguero y a pesar de que a veces miraba al cielo y recordaba su vieja vida, no la echaba de menos.

Artículo de Fermín Gámez aparecido en Comunicación, revista de la Universidad de Cádiz, dentro del Diario de Cádiz, el 17 de noviembre de 1998.