Hace algunos días, un compañero de trabajo me dio la localización de una librería de viejo de la que hacía tiempo había sabido alguna cosa, pero que por falta de tiempo no había buscado. Hoy que tuve la mañana libre, me llegué a ver lo que la tienda podía ofrecerme. Me gustan las librerías de ocasión y echo en falta que no haya más en mi ciudad. Así que esta alternativa a la librería a la que voy con regularidad me produjo un grato entusiasmo. Cuando entré, parecía que me había metido en una ratonera de libros, libros que dominaban la estrechez de lo que pretendían ser pasillos o corredores entre la ubérrima cosecha de textos apilados. La librería parecía estar desierta, habitante de sí misma sólo interrumpida por la suave música procedente de un invisible ordenador. Hasta que oí la voz. Hacía tiempo que no veía a Chencho, el anfitrión de Un azul como la mar de Cádiz, el poético nombre de la tienda, que jugaba con una frase de Joyce Un azul como el mar de Grecia. Un apretón de manos y enseguida nos pusimos a ver libros. Le fui orientando acerca de los temas en que estaba interesado, y el hombre, con suprema amabilidad, me iba mostrando libros, revistas, cuadernos, ediciones antiguas y menos antiguas... Qué difícil es encontrar hoy día a un comerciante que sitúa por delante del obvio hecho del negocio que se pretende -porque no hay que olvidar que una librería se pone para ganar dinero- unos valores que se van perdiendo cada día más, como la pasión por el oficio, la sabiduría en el consejo, en definitiva el saber atraer a la clientela. El tiempo de esta mañana se me pasó raudo entre tantos anaqueles, revisando libros, descubriendo tebeos y cuentos, y me fui envidiando la proliferación de libros y rarezas, como si realmente hubiera viajado por un momento a un París bohemio, un París escondido detrás del -conocidísimo en Cádiz- chalet de Varela. Larga vida a los que venden libros de segunda mano y los venden sin apartarse un ápice de su amor por ellos.
(Esta foto pertenece a dicha librería, puesta en Contrapoeticam con el permiso de Chencho)
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2 comentarios:
Fermín... si supieras la de veces que me he dicho: "Voy a ir a Azul, a ver qué tal es", porque había oído hablar mucho de ella, y, sobre todo, cuando en el autobús número 2 voy a Cádiz, y enfrente de la parada de la calle Juan Ramón Jiménez, justo al pasar por el lateral de Varela, veo el cartelito primorosamente artesanal luciendo su nombre. Una enternecedora flecha nos indica hacia dónde hay que tirar para adentrarse en esa maravillosa ratonera de libros de viejo.
Ahora te he leído y más que nunca tengo ganas de ir. Prometo no posponer mucho más la visita.
Muchas gracias por hablar aquí de Azul y por tu defensa de los libros de viejo. Son lugares que también me apasionan.
B.
hay que regalarle libreros a ese cuarto
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